Lo tengo que confesar: no me gusta El principito. Es un trauma infantil no resuelto. Cuando tenía 11 años me obligaron a leer el libro de Saint-Exupéry en clase. En aquel momento, mi interés estaba centrado en Los Cinco de Enid Blyton o las aventuras de El Corsario Negro, siendo el summum para mí la odisea de Miguel Strogoff por la estepa siberiana. Sin embargo, la profesora consideraba que El principito era un libro esencial para el desarrollo mental de todos los niños. Tras rechazar educadamente su propuesta en varias ocasiones, la amable sugerencia se tornó en una inapelable orden que hacía oídos sordos a mis lamentos… por lo que ese libro del que les hablo terminó acumulando polvo en la estantería durante una semana. Por fortuna se trata de un libro con dibujitos, lo que me salvó de la temida pregunta el martes siguiente que tocaba su devolución. ¿Qué es lo que más te ha gustado? Me preguntó la Seño, que nunca antes se había interesado en mi opinión acerca de lecturas previas. El zorro, respondí. Rápidamente tomé otro libro de aventuras y me retiré a la carrera, aliviado por haber superado el arriesgado trance a la par que convencido de que las prisas habían delatado mi culpabilidad. Pero no me dijo nada y salí victorioso de ese complicado lance.
De aquella experiencia aprendí lo que significa el jersey que llevan las madres para poner a sus hijos cuando ellas tienen frío aunque su retoño esté acalorado; que si quieres tomar el riesgo de desobedecer una orden has de tener un mínimo de conocimiento que te permita salir airoso (lección que tuvo un amargo refuerzo unos años más tarde); y que en ocasiones los mayores prefieren aceptar una mentira digna antes que afrontar el reto una verdad incómoda. Pero la lección más importante fue que intuí que algunos adultos debían de tomar sustancias psicotrópicas que les hacían ver elefantes dentro de serpientes y cosas parecidas, lo cual explicaría los frecuentes accidentes que tuvo el aviador francés. Es por ello que durante toda mi vida he huido de las drogas.
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Cuando entré en la Universidad, tuve interés por conocer qué es lo que hacían aquellos compañeros míos que tenían inquietud por la política. No era sencillo entrar en las reuniones de los partidos políticos, ya que necesitabas conocer a alguien que te avalase para participar en ellas. No había muchos dispuestos a avalarme (no los culpo) y yo recelaba de los posibles avalistas (tampoco me culpo). De hecho, a muchos de ellos les criticaba por ponerse gafas sin haber desarrollado previamente la vista, lo que les provocaba atrofia en los ojos. Un tiempo malgastado, que se podía emplear en conocer, viajar, leer, cuestionar la sociedad en la que vivimos… Una noche en un bar (¿dónde si no?), un amigo vino eufórico (¿cómo si no?) para comentarme que había sido nombrado Vicesecretario de Juventudes en su localidad. No pude más que alegrarme, a la vez que le preguntaba las actividades que desarrollaban. Me comentó que en realidad no realizaban grandes eventos, ya que estaban únicamente el Secretario de Juventudes y él. Su futuro era prometedor, pero comprendí que ése no era mi lugar.
Otra amiga en otro bar me comentó que estaba en las Nuevas Generaciones de otro partido. También pregunté por las actividades que realizaban. Me habló de fiestas en bares y de una capea que estaba próxima a organizarse y a la que estaba cordialmente invitado. Como en el caso anterior, me apenó comprobar que lo más importante era el sentido de pertenencia, ser parte del grupo de los buenos, en lugar de aprovechar la experiencia que podrían compartir los líderes del partido al que pertenecía. La buena muchacha no solo se merecía una simple capea sino más bien una buena corrida, pero comprendí que tampoco era ése mi lugar. Nunca he sido bueno para agarrar los Rolex cuando iba a por setas. Para ser sincero, tampoco es que yo haya sido un experto micológico, como para encima andar con más despistes de los que siempre he tenido. Quizá además de tener antepasados catalanes también los tenga vascos.
Así que la única reunión política a la que asistí llegó de la forma más inesperada. Unos compañeros de clase iban a una charla organizada por Nueva Izquierda (que pertenecía todavía a IU antes de adherirse al PSOE) en unos salones de un bar de Lavapiés, el Barbieri. Como quedaba cerca de casa, me autoinvité. La conferencia la dio Esteban Ibarra, del Movimiento contra la Intolerancia, una persona que siempre se ha destacado por trabajar de manera decidida contra todo tipo de extremismo, ya sea de izquierda, de derecha o contra el terrorismo. Ya que todos los que estaban allí intervinieron en el debate posterior a la ponencia inicial, decidí no ser menos y aproveché para argumentar que situar en el centro de la acción política la dignidad de las personas debía ser transversal a izquierdas y derechas, así como expresar un inspirado alegato en favor de los derechos humanos. La respuesta fue una unánime a la par que atronadora ovación (no podía ser menos) ante el estupefacción de mis compañeros, ya que era en un escenario a priori poco propicio para mí por las diferencias ideológicas que ya habíamos debatido en reiteradas oportunidades.
A consecuencia de aquella experiencia aprendí que podemos alcanzar puntos de acuerdo de manera rápida y sencilla entre personas de ideologías opuestas si hablamos de valores universales, evitando colocar etiquetas a las personas que las manifiestan; mis compañeros de clase nunca me volvieron a invitar a sus charlas; y quedó frustrada mi ilusión de ser un líder político al tener éxito en el lugar equivocado. Pero la lección más importante fue darme cuenta de que en mi juventud no había elemento más democratizador que los bares, ya que los de izquierda y los de derecha terminaban igual de borrachos.
Es posible que el interés que siempre he sentido por la política agite mi indignación cuando veo a los mismos mediocres (o similares) de hace más de 20 años ocupando puestos de responsabilidad, sin ningún rubor para mentir o cambiar impunemente de criterio; creando problemas en lugar de solventarlos mientras buscan cualquier excusa para no ponerse a trabajar por nuestros intereses; sobreviviendo gracias a ocasionar conflictos de pobres contra pobres; y deseando que lo único que escuchemos de ellos sea su silencio, hastiados de su corrupción, incoherencia y engaño, con el gran riesgo de desafección que ello supone hacia nuestro sistema democrático, que tanto trabajo llevó construir. También he de reconocer que no todos son así y sigue habiendo políticos muy capaces. Es por ello que, a pesar de todo lo anterior, sigo creyendo firmemente en nuestro sistema. Quizá no busqué lo suficiente o simplemente sea más divertido criticar a los políticos desde la barrera en lugar de comprometerme por una causa.
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El último cuatrimestre de carrera realicé mis prácticas de Derecho. Eran dos mañanas a la semana. Tuve la suerte de que me admitiesen en Cáritas, ya que era para mí una de las instituciones a las que tenía más aprecio. Sin embargo, la experiencia no pudo ser más desilusionante. Había una tremenda desorganización y no tenían un plan de actividades preparado para los que estábamos en prácticas. Todo lo veía como una pérdida de tiempo en un último año en el que tenía que aprobar todas las asignaturas, trabajar por las tardes y empezar a pensar qué iba a ser de mí en el futuro. Para más inri, en las pocas reuniones de trabajo a las que asistí, veía cómo quienes participaban en ellas se creían buenas personas por el mero hecho de trabajar en Cáritas, cuando en realidad había un ambiente enrarecido en el que las críticas entre ellos arreciaban en el momento en el que alguien se ausentaba.
Esta experiencia me dejó también importantes lecciones. Una persona no puede considerarse buena por el simple hecho de pertenecer a un determinado grupo; que el respeto profesional se basa en el trabajo bien realizado; y que no siempre las expectativas se convierten en realidades. Pero la lección más importante de todas es que Cáritas sigue siendo para mí una de las instituciones que tengo en mayor estima. Miles de voluntarios y profesionales dedican su vida para servir a los más necesitados. Tener una experiencia negativa en una institución que realmente aprecias (ya sea asociación, sindicato, parroquia o partido político) es una prueba de madurez. Lo más sencillo es convertir lo particular en absoluto y criticar una institución por una experiencia puntual. Lo más enriquecedor es tomar conciencia de los errores que comentemos y del daño que todos causamos eventualmente a las organizaciones a las que pertenecemos… pero las instituciones prevalecen. La fortaleza del amor se comprueba con la primera discusión, que tiene la agradable recompensa de la primera reconciliación (cuando nos damos cuenta de que ni los príncipes son azules ni las princesas mean colonia) o el sinsabor de la separación final.
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Un año después de terminar la Universidad, mi amigo Jero me avisó de las pruebas de selección para participar en las becas del ICEX. Él estaba más preparado, y se merecía más la plaza, pero finalmente fui yo el seleccionado para ir a Colombia y ocupar una de las dos plazas de becario disponibles en la Oficina Comercial de Bogotá. Fue el 6 de agosto de 2002, día de la toma de posesión de Uribe y del atentado fallido contra el recién elegido presidente que acabó con mendigos fallecidos en la calle de El Cartucho. Al comunicar mi destino, muchos empezaron a relatarme todas las malas noticias que habían leído acerca de un país que por aquel entonces sufría la mala fama de las drogas y la violencia, a la vez que cuestionaban mi estabilidad mental a la hora de aceptar un destino de tal peligro. Ya empezaba a dudar de mis propias decisiones, replanteándome la aceptación de la plaza, cuando me presentaron a varios colombianos. Todos sacaban el orgullo de su tierra querida, a la vez que se repetía de manera unánime el lema que por aquel entonces proclamaba el herido orgullo de todo colombiano: el riesgo es que te quieras quedar.
Así que confié en las palabras y la información que me compartieron e hice las maletas rumbo al Nuevo Mundo. Fue una gran experiencia. Apenas tres años después (haciendo también oídos sordos de las recomendaciones de no enamorarme), otro 6 de agosto el riesgo se materializó y me casé en Bogotá acompañado por 20 familiares y amigos que viajaron de España a mi segundo país, del que también quedaron prendados. Dos décadas después, sigue mi relación con Latinoamérica, lo que me ha llevado también a solicitar un nuevo voto solemne en Perú o a disfrutar en México del crisol de culturas que ha supuesto la riqueza del encuentro entre españoles, aztecas, totonacas y tlaxcaltecas, cuyo quinto aniversario celebraremos en 2021. Así aprendí que hay que desconfiar de las personas que te dan lecciones de lugares que no conocen; que la información que llega por los medios de comunicación tiende a silenciar aspectos positivos; y que en esta vida hay que arriesgarse, abrir bien los ojos, gestionar los miedos y superarlos.
Pero la lección más importante que me ha traído esta vida errante es que nunca dejas de añorar el que pensabas que era tu lugar en el mundo, aunque cuando regresas compruebas que no es el mismo que dejaste… y tú tampoco. La experiencia de salir de mi país implicó dejar atrás mi situación de confort, con renuncias dolorosas. He tenido la abrumadora sensación de perder referencias que me habían acompañado toda mi vida, pero también me ha embargado la sensación excitante de que puedo hacer míos nuevos lugares en el mundo. Para ello, tan solo es necesario dedicarle el tiempo que empleó el Principito para domesticar al Zorro o el cuidado que dedicó a su Flor para hacerla única. ¡Qué gran libro! Es posible que esta última frase parezca contradictoria con algo que hayas leído al inicio del texto… pero hace tanto tiempo que seguramente no te acuerdes. Además, los modificados y cambios de criterio son lo que ahora está de moda… y Julio Verne fue mucho más tramposo que yo al narrar las aventuras del correo del Zar.
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Mi amigo Chema una vez me comentó la historia de la india Nayeli y del jefe indio Lonan. Un jefe militar europeo del siglo XVIII (seguramente de origen británico, aunque se trata de un hecho no confirmado) se ganó la confianza de Lonan. Lo llamaremos John Smith. Lonan no escatimaba palabras de elogio hacia su compañera de vida en las que ensalzaba su belleza, sabiduría, arrojo y tenacidad. Tan elogiosas eran sus palabras, que John Smith empezó a tener envidia de Lonan y deseó locamente poseer a Nayeli. Apresó a Lonan, quien fue conducido por la fuerza al campamento para arrebatarle a su compañera. Al llegar, el rostro de John Smith se transformó y golpeó con violencia a Lonan. Me has engañado, le dijo. Nayeli no es una bella princesa. No es más que una mujer fea y arrugada que apenas pronuncia palabra. ¿Dónde está la hermosura y sabiduría de la que tanto alardeabas? A lo que Lonan simplemente respondió: Es que para ver la belleza de Nayeli hay mirarla con los ojos de Lonan.
Mi intención a lo largo de estos 100 pasos ha sido poner a vuestra disposición mi mirada para compartir mi Zihuatanejo. Eso no implica que mis ojos sean perfectos. De hecho, a raíz de un accidente de tráfico cuando tenía cinco años, mi ojo derecho tiene un 40% más de agudeza visual que el izquierdo, lo cual posiblemente tenga efectos secundarios (al menos en lo que a política se refiere) de los que no puedo renegar. Es por ello que uso gafas desde que tengo uso de sinrazón. A través de estos ojos y estas gafas he dejado una visión a mis hijos en la que el mayor descubrirá que estuvo a punto de nacer en un coche; comprenderán por qué no les dejo ganar cuando jugamos al fútbol; que cuando crezcan han de tomar las debidas precauciones para evitar chelicidios; haremos juntos sudokus; les mostraré cuáles son los referentes en mi vida; la importancia que damos a su educación; y la suerte (no sé si buena o mala) que hemos tenido de no ser agraciados con los millones de la lotería.
Mi Zihuatanejo es un lugar inclusivo, donde todos importan y no se juzga a la gente. Su plaza de armas está presidida por la catedral de Notre Dame y una estatua de Tamar. Es consciente de que existen malas personas… aunque apenas supongan un 2% y exagerando. Aboga por que las mujeres puedan desarrollarse plenamente hasta alcanzar las metas que cada una de ellas sueña (sin límites impuestos por hombres ni por mujeres). Tiene un lugar preferente reservado en su corazón para los campeones en la nieve y las personas mayores. No se permite el bullying ni la violencia de género; se recela del populismo y del nacionalismo excluyente; se expresan con libertad sentimientos como empatía, frustración o miedo, a la vez que se descarta la envidia; se está siempre abierto a perdonar y sabe que a veces lo mejor es enemigo de lo bueno. Es consciente de retos como el cambio climático, la nueva economía que implica la transformación digital, el riesgo de quedar institucionalizado o las paradojas que ha traído la pandemia del coronavirus y la ausencia de soluciones mágicas para superarla. El medio de transporte favorito es un Seiscientos, su himno es Paquito Chocolatero, disfruta de la ausencia de fronteras en nuestra Europa y el ascensor le da la fe necesaria para mirar al futuro con alegría y optimismo.
Contaba con escribir este último paso desde las playas de Zihuatanejo en el Pacífico (el océano que no tiene memoria), pero finalmente desistí. Temía padecer la frustración de las personas que despertaban decepcionadas al lado de Rita Hayworth cuando su sueño era dormir con Gilda. En cualquier caso, mi Zihuatanejo no es un lugar al que retirarme después de padecer los suplicios de Andy Dufresne en Cadena Perpetua, sino que es el camino que le empujó a empeñarse en vivir (get busy living) y le permitió superar sus dolorosos 17 años en la prisión de Shawshank. El camino podrá ser tan largo como el regreso de Ulises a Ítaca, tan intenso como un día de Leopold Bloom en Dublín o tan divertido como la aventura de la Pequeña Miss Sunshine. Imagino que algún día llegaré a un destino. No sé si algún día me cansaré, pero de momento seguiré caminando, con la ilusión de vivir rodeado de familia, amigos y proyectos interesantes a los que dedicar mi tiempo.
Si alguien se ha sentido molesto por algo que haya leído en estas páginas… pues mala suerte. Nada se ha escrito con intención de molestar y en el mundo ya hay demasiados ofendidos. Si habéis disfrutado con alguno de los pasos, me doy por bien pagado. Ha sido un placer. De nada.