Contracciones cada 5 minutos o rotura de la bolsa de líquido amniótico. Son los dos indicadores a tener en cuenta cuando una mujer tiene que ir al hospital por haberse puesto de parto. Esta lección me quedó bien clara después del nacimiento de mi primer hijo. Quince días antes de la fecha prevista de parto, recibí una llamada emocionada de mi mujer, quien empezó a sentir contracciones cada 10 minutos en una tarde de abril. Con los nervios propios de unos padres primerizos, fuimos a la clínica para ver si el momento esperado había llegado. Falsa alarma. Fue entrar a monitores y las contracciones se paralizaron. Volvimos a meter la maleta en el coche y, en lugar de regresar a casa, decidimos aprovechar nuestra probable última cena en un restaurante junto con una médico amiga y su pareja.
Mediada la cena, nos dimos cuenta de que el parto no iba a pasar de aquella noche. Las contracciones se empezaron a acelerar, hasta quedar establecidas en un intervalo constante de 5 minutos, que eran puntualmente anotadas en una servilleta. Después de los postres, y cuando ya íbamos a encaminarnos de regreso a la clínica, la médico amiga examinó a la parturienta. El consejo no fue el esperado. El proceso iba, a su consideración, muy lento. Nos recomendó regresar a casa, ya que apenas había dilatación y todavía estaba el tapón mucoso intacto. Reconozco que me sentí como un gilipollas después de haber estado toda la cena apuntando sistemáticamente las contracciones (mi indicador absoluto de referencia) y entró en mí una honda preocupación, que rápidamente compartí. Con lo oscuro que está por ahí abajo, ¿cómo voy a identificar un tapón (y menos si es mucoso)? La indicación que recibí fue que no me preocupase, que en instinto de la futura madre seguro que lo notaría cuando llegase el momento.
A pesar de mi escepticismo, me dejé convencer por los deseos de mi señora de aprovechar para darse un relajante baño, ya que todavía el alumbramiento se percibía relativamente lejano. Así, que desanduvimos el camino de tres cuartos de hora que separaba nuestra casa del hospital elegido. Nada más llegar a casa (mientras seguía escuchando los quejidos con la inalterable frecuencia pentaminutal) decidí consultar cualquier información que pudiese estar disponible acerca del dichoso tapón mucoso. La primera consulta la realicé en ese libro que está expresamente diseñado para padres primerizos en el que relatan todos los bellos pasos del embarazo y proporcionan sabios consejos para las primeras semanas de paternidad. Un libro con páginas de papel cuché, carísimo y muy detallado, que te compras en el momento en el que te sabes que vas a ser padre, pero que finalmente no lees. Siempre hay prioridades y hay que aprovechar esas últimas semanas de libertad para salir a cenar con amigos o ver series de televisión (en esas semanas tocaba sufrir con Jack Bauer salvando el mundo en 24 horas). Lamentablemente, en ninguna página del bendito libro aparecía el tapón mucoso o su proceso de desprendimiento.
La siguiente opción era buscar a través de Google: “tapón mucoso”, “desprendimiento tapón mucoso”, “tapón mucoso parto”, “cuando ir al hospital parto”, “me cago en el puto tapón mucoso”… Total, que tampoco encontré información que me permitiese indicar a la cada vez más dolorida madre en proceso cuándo iba a sentir que ya era el momento del alumbramiento. Finalmente, procedió a bañarse, mientras yo procedí a tomar un breve descanso dentro de mi desasosiego, a la espera de que se empezase a notar el desprendimiento del puto tapón. Al rato, llegó la noticia que yo tanto anhelaba: Cariño, vámonos a la clínica. A lo que contesté con una ingenua pregunta: ¿Y el tapón mucoso? La dulce respuesta fue: ¡¡¡A la mierda el tapón mucoso, ya no aguanto este maldito dolor!!! Tras el correspondiente Sí, mi amor, y viendo que las contracciones habían aumentado su frecuencia a 4 minutos, consideramos conveniente retornar a los primitivos parámetros que habíamos definido para ir al hospital. Infringiendo algunas normas del código de circulación (fundamentalmente las relativas a la velocidad máxima) aparcamos en la clínica menos de media hora después con contracciones cada menos de tres minutos.
Fue llegar y en menos de una hora ya estábamos besando al santo, que permanecía ignorante de las azarosas atribulaciones que vivieron sus incautos padres para dar mayor emoción, si cabe, a su llegada al mundo. En ese momento pude finalmente contemplar el escurridizo tapón mucoso, que estaba completo en su esplendor recién aterrizado al suelo del paritorio. Entonces pregunté al ginecólogo si no tenía que haber salido antes, a lo que me llegó la sorprendente respuesta de que en muchas ocasiones salía intacto en el parto…
Los bebés recién nacidos tienen la mala costumbre de no ser comprensivos con los duros momentos vividos por sus progenitores en el proceso del parto y empiezan a reclamar atención. Ocupado en limpiar el pegajoso meconio no tuve tiempo de asimilar la utilidad de las dos lecciones que aquella intensa noche de primavera de 2011 me había regalado:
- No confíes en médicos (por muy cercanos que aparenten ser) que te den buenas noticias a corto, pero que puedan ser implicar un gran peligro a medio o largo plazo. Un baño placentero no compensa la angustia de sentir que puedes no llegar a tiempo al hospital para que tu hijo nazca con seguridad.
- Cuando te enfrentes a un importante reto, establece siempre indicadores que sean fáciles de medir y controlar. 5 minutos es una medida concreta, frente a lo ambiguo de sentir el desprendimiento de un tapón (sobre todo si es mucoso).
Lo que no me podía imaginar en aquel momento es que estas lecciones también podrían tener aplicaciones para la desescalada de una pandemia. En primer lugar, habría que tener mucho cuidado a la hora de centrar el mensaje en el aspecto positivo de empezar a salir de casa. La crisis sanitaria no está ni mucho menos superada en un país en el que siguen muriendo más de 150 personas al día. Por el contrario, éste es el momento de reforzar el mensaje de todo lo que hemos sufrido para evitar que vuelva a suceder: los miles de fallecidos a causa de la imprevisión política, la incertidumbre que supone no contar con tratamiento específico ni vacuna y el padecimiento de unos profesionales de la salud que se indignan (con razón) cuando ven a irresponsables en la calle mientras ellos se están jugando la vida en los hospitales. Este mensaje, alejado del edulcorado que hemos estado recibiendo en las últimas semanas, se podría empezar a ver en los medios de comunicación si no se aprueban las medidas del gobierno, que tendría de este modo la posibilidad de echarle la culpa a la oposición de los muertos futuros, ya que los pasados fueron imposibles de evitar. Así volvería el animal español más famoso: el chivo expiatorio.
La otra lección es contar con marcadores claros y fácilmente evaluables. No es cierto (ni admisible) que la salida de la pandemia se tenga que realizar sin GPS. La responsabilidad del gobierno es construirlo. Puedes no conocer cómo se va a comportar el virus, pero sí puedes realizar un control del impacto que va causando. Parámetros como número de infectados (realizando test masivos a la población), número de camas de UCIs libres, cantidad de respiradores, EPIs disponibles, empleo de apps que te permitan avisar de manera inmediata a posibles infectados… Otros países, como están más al este, ya lo han realizado. Tienes que fijar los parámetros que te permitan pasar de una fase a otra, ya sea para avanzar o para retroceder. Han de ser pocos, fácilmente entendibles y evaluables periódicamente. Explicarlos no ocupa más de 5 minutos, como ya ha demostrado Ángela Merkel. Así te ahorras 75 de demagógicas charlas vacías y das seguridad a la sociedad, que de ese modo sabría a qué atenerse. Y si además el gobierno trabajase con un liderazgo inclusivo que le permitiera aglutinar los esfuerzos de todas las instituciones para remar en la misma dirección y así compartir éxitos y fracasos, el éxito estaría asegurado. Pero para eso hay que huir de apriorismos.
Una de las grandes ventajas que tenemos para crear nuestro GPS de salida de la crisis es la era digital en la que estamos viviendo. Sin embargo, la respuesta que se está dando en España aparenta ser totalmente analógica, ya que estamos dando de lado a las nuevas tecnologías, como los tests o las apps que nos ayuden a dar seguridad a la población en sus salidas a la calle. Nosotros llegamos a tiempo al hospital para dar a luz hace nueve años, pero el tapón mucoso no es la mejor referencia cuando una mujer va a dar a luz… por mucho que este gobierno, especialista en la ambigüedad, guste de criterios etéreos.
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