Vivimos un momento clave para el futuro de la Unión Europea. Tenemos el desafío de afrontar retos críticos como el Brexit, el auge de los nacionalismos y populismos o mantener el estado del bienestar. Todo ello en unas sociedades en las que se ha instalado la ralentización del crecimiento económico que hemos vivido tras la crisis que inició en 2007, el envejecimiento de la población, la transformación tecnológica o el auge de nuevas potencias económicas.
En esta tensa espera, una trágica desgracia como el devastador incendio de la catedral de Notre Dame viene a ofrecernos una serie de lecciones como metáfora de lo que puede suceder en nuestro continente. Unas lecciones que nos alertan de cara a los exigentes desafíos que tenemos que afrontar en el siglo XXI. Una imponente construcción, una maravilla del mundo moderno (no reconocida como tal), que sufría desde hace años de graves problemas estructurales y que no habían sido afrontados con total seriedad hasta que un incendio traidor ha venido a conmover a la sociedad. Un sólido edificio que puede convertirse en frágiles cenizas a causa de unas llamas descontroladas que han derrumbado su majestuosa aguja central.
La primera y más importante lección que nos ha dado el infausto incendio es la negación de los nacionalismos. El impacto generado por las llamas ha traspasado fronteras. Aunque la primera reacción que pone la piel de gallina es contemplar a centenares de parisinos entonando a una sola voz y de manera espontánea el Ave María en la Isle de la Cité, todos los franceses (desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha) se han unido como un solo pueblo ante la desgracia. Pero también ciudadanos españoles y de otras nacionalidades europeas han compartido en directo su frustración ante la desdicha que estaban contemplando. Incluso ha expandido sus efectos hasta el otro lado del océano y por todo el mundo para enseñarnos lo que significa ser Patrimonio de la Humanidad.
Se ha producido una de las reacciones más humanas que existen: la transcendencia. Y no solo porque se trate de una catedral, que también. Notre Dame es mucho más que un conglomerado de piedras hermosamente organizadas. Cuando tienes el honor de ser uno de los quince millones de personas que visitan anualmente la catedral de París vienen a la memoria los casi dos siglos en que innumerables personas anónimas erigieron con sus manos agrietadas el lugar de reunión en el centro de París; las reconstrucciones que se realizaron en siglos posteriores; la Revolución Francesa o el recuerdo de dos guerras mundiales; la coronación de Napoleón; las plegarias silentes de los desamparados y los Miserables; los arquitectos que hicieron del gótico el estilo más elegante e imponente de Europa; las tardes paseando por la ribera del Sena en compañía del ser amado; las películas de Woody Allen; la emoción al leer a Víctor Hugo o la indignación con el guionista de Disney que hizo que nuevamente Esmeralda acabase en brazos del príncipe guaperas para frustración de Cuasimodo. Esas piedras han transcendido de un mero edificio para forjar cimientos en nuestros corazones.
Las personas necesitamos de referentes. De símbolos que nos unen frente a banderas que nos separan. Cuando una canción se convierte en himno, una película en obra de culto o un museo en transmisión de conocimiento entre generaciones, damos paso a un nivel superior. Descubrimos lo maravilloso que es el ser humano, de la gran capacidad que tenemos para transformar positivamente el mundo que nos rodea y ponernos nuevos retos para mantener la herencia que tantas personas nos legaron de forma altruista y recompensar con nuevas aportaciones positivas al mundo que nuestros hijos y nietos recibirán.
La reacción ha sido espontánea y casi unánime. Ahora sobran mecenas voluntarios para recuperar nuestro incomparable monumento. Parece que no ha sido demasiado tarde. Ojalá aprovechemos esta advertencia que las llamas nos dejaron para que no solo Notre Dame resurja de sus cenizas cual Ave Fénix, sino que también seamos conscientes de que estamos viviendo los mejores momentos de nuestra humanidad. Que hemos llevado entre todos sistemas de sanidad, educación y cultura a amplias capas de la sociedad. Que, aunque tenemos muchos retos e injusticias que superar, estamos reduciendo a pasos agigantados las brechas de pobreza a nivel mundial. Que no nos podemos dejar llevar por egoísmos. Que lo logrado ha sido gracias a renuncias de todos para construir una sociedad cada vez más inclusiva, en un continente que hace apenas siete décadas se desangraba en guerras fratricidas… Y que solo así podemos afrontar nuestros retos de futuro.
Notre Dame es Notre Europe. Notre Monde. Notre Coeur. Más allá de credos, razas, culturas o sentimientos. Como la Sagrada Familia, la Alhambra, el Prado, la Capilla Sixtina… o el Santiago Bernabéu. Volvamos a la sensatez, a sentirnos europeos, a sentirnos ciudadanos libres e iguales y no nos dejemos vencer por populismos y nacionalismos cuya única consecuencia sería un incendio devastador en el corazón de Europa. Como sucede con el ser amado que te ha acompañado durante numerosas décadas de tu vida: Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.
Hola Juan Alfonso!
Interesante el post, como siempre. Me ha gustado que nos recuerdes que debemos ser «conscientes de que estamos viviendo los mejores momentos de nuestra humanidad».
Pero me cuesta comprender que «la primera y más importante lección que nos ha dado el infausto incendio es la negación de los nacionalismos». De verdad? Podemos estar perdiendo la perspectiva de las cosas? No estaremos ya demasiado sesgados para interpretar todo lo que ocurre?
Seguro que mi falta de comprensión viene de que entendemos de forma muy distinta lo que significa nacionalismo. A ver si me sale bien un símil para exponer lo que NO es el nacionalismo. Habrás visto o te has informado sobre los dos debates electorales de esta semana. Dirías que eso es hacer política? Te representan de alguna manera «esos tipos»? Juzgarías o sacarías conclusiones sobre los españoles, de izquierdas o derechas, a partir del debate? Estoy seguro que no. Conoces bien España «y sus gentes», pero, por suerte, no de ver la televisión, ni de leer el periódico.
Pues, en mi opinión, si lo que sabes del nacionalismo es lo que has aprendido a través de tu interés por la política, sólo habrás observado cómo se utiliza como herramienta de poder, pero no sabrás mucho sobre él, y tampoco sobre los que (reconocen ser) nacionalistas. Como si miraras las sombras de la caverna de Platón.
Es difícil de resumir, y más en el contexto actual. Pero para mí el nacionalismo no es más que cariño por lo nuestro, y por nuestra forma de ser, y sentir que merece la pena cuidarlo de forma activa. No tiene nada que ver con desmerecer a nadie, ni ser más o menos solidario. Son planos totalmente independientes. Las nacionalidades, y sus nacionalismos, con toda su carga histórica, de tradiciones y sentimientos, es lo que hacen que Europa sea infinitamente más interesante que Estados Unidos, por decir un ejemplo. Y por eso tienen valor en si mismos. Querer negarlos, es perderse una parte muy importante de «la herencia que tantas personas nos legaron de forma altruista» tal como tú mismo indicas. No veo cómo enlazan con el incendio.
Ya que estamos puestos… lanzo una reflexión sobre el tema. Desde un punto de vista teórico, no te parece más peligroso ser nacionalista sin saberlo o quererlo reconocer, que serlo de forma consciente? Porque estaremos de acuerdo que esto de diferenciar nacionalismo de patriotismo… no hay por donde defenderlo.
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Muchas gracias Albert por tu comentario! Siguiendo tu definición de nacionalismo “nacionalismo no es más que cariño por lo nuestro, y por nuestra forma de ser, y sentir que merece la pena cuidarlo de forma activa”, yo también sería nacionalista.
Uno siempre siente más cariño por lo más cercano, por lo que ha vivido o lo que le ha marcado de joven. Del mismo modo que, aunque pensamos que todos las personas son iguales, siempre vamos a querer más a nuestra familia, a nuestros amigos y las personas que hemos tratado más
Si quieres, lo podría completar con el adjetivo excluyente. Lo que quería decir es que os Patrimonios de la humanidad, por el hecho de ser universales exceden que un francés, inglés, italiano, español o catalán, se lo apropien. Al contrario, destruyen fronteras y agrupan a gente diversa entorno a ellos
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